Educación y Figuraciones Globales
Por: Jorge Guillermo CANO
En la actualidad, incluso las novedades relativas de
la globalización, en primer lugar la festinada aceleración de los intercambios
internacionales, más que la presencia de éstos en estricto, no incluyen un
cierto orden de previsiones, ni se percibe la idea de un proceso más o menos
estructurado con vista a objetivos que trasciendan la simple intención de
lucro, cuya lógica se agota en sí misma.
La preeminencia del interés de parte en el rejuego
del mundo global, hace que los proyectos de largo plazo no resulten
consistentes a la lógica de la ganancia, inmediatista y terrenal. De manera
que, a fin de cuentas, son las relaciones de poder las que aseguran que un
modelo de desarrollo prive sobre los demás.
Lo que se homogeniza, conviene precisar, es la
aspiración a acceder a los niveles de bienestar que, se asume por efectos del
proceso de internalización, tienen las sociedades que han sido adoptadas como
modelo.
EL “CAMBIO” COMO TRAMPA
La retórica del cambio se ha instalado en los
tiempos de la globalización; el cambio, es ahora un componente
discursivo central para fundamentar el esquema emergente de lo global en todas
sus vertientes. Pero la noción de cambio ha sido felizmente exorcizada:
ya no es portador de amenazas subversivas; su natural orientación contestataria
ha sido corregida en favor de una superación de lo presente pero conservando su
lógica, en el continum de lo
establecido. El cambio, así, aparece como funcional, adecuado y consistente a
los propósitos, paradójicamente, de lo que se niega a cambiar.
Pocas palabras, en estricto, han sido manipuladas
tan exitosamente por los epígonos de la globalización. La acción y efecto de
cambiar, es decir, de colocar una cosa en el lugar de otra, de alterar un
estado o situación, de modificar algo de modo que ya no sea lo mismo, ha sido
redefinida en el plano discursivo de la globalización. Ahora se habla de cambio
cuando en realidad se conserva y recrea el estado de cosas.
Y LOS “NUEVOS VALORES”
En la retórica justificante de la globalización y
sus directrices destaca a últimas fechas el énfasis en los “nuevos valores”
derivados del nuevo entorno mundial y sus exigencias. A las condiciones
emergentes de la realidad global corresponden “valores” que es preciso
inculcar, internalizar y desarrollar como pautas de comportamiento en las
nuevas generaciones.
Los “valores” del mundo globalizado, así, incluyen y
rebasan las directrices operativas, las matizan y presentan con un rango de universalidad
positiva, aunque se trate de particulares arbitrariamente universalizados.
En el aspecto cultural, la globalización, al
contribuir, o impulsar de manera directa, modelos más o menos uniformes de
pensamiento, códigos generales de conducta frente a las “obligaciones”
sociales, por así decirlo; la estandarización de los estilos, prácticas
y dinámicas de los individuos como parte de una sociedad globalizada, restringe
los alcances y el desarrollo de las culturas nacionales, regionales y locales,
permitiendo, por efecto de las prácticas derivadas del pensamiento “globalizado”
(o el propio del entorno globalizado), que la penetración cultural de los
países altamente desarrollados se produzca de manera “natural”, por la sencilla
razón de que representa, esa cultura y esos valores del llamado “mundo
desarrollado”, el ideal a seguir para los países subalternos cuya inserción en
el esquema de la globalización se presenta como su única oportunidad de acceder
a los niveles de vida que se tienen en las metrópolis industrializadas.
UN INDIVIDUALISMO EXACERBADO
Pero si eso sucede con la penetración cultural, es
decir, la entronización-internalización de pautas culturales ajenas a los
países receptores, en otro plano (y como derivado de los supuestos básicos de
la competencia, la agresividad y la individualidad profundamente egoísta del
capitalismo actual) la globalización propicia el resurgimiento de tendencias
nacionalistas, localistas, que cada vez con mayor frecuencia derivan en abierta
confrontación entre comunidades que habían venido integrando una misma nación
en el sentido político del término.
En la cultura capitalista, hoy hegemónica sin lugar
a dudas, a través de las prácticas, modalidades y estrategias educativas, se
tiende a formar un individualismo exacerbado que se expresa en la competencia
(para “triunfar” y vencer, exclusivamente), la agresividad y la búsqueda del
dominio sobre los otros.
Un supuesto que pretende justificar ese
individualismo desproporcionado, es la igualdad formal de los individuos para
acceder a posiciones deseadas, para luchar por el bien de uno. Vistas
así las cosas, no se trata, entonces, de arrebatar el bien del otro (al
menos, no violando las reglas de acceso) sino de acceder a él observando las
reglas. Mientras exista la posibilidad de acceso, así sea sólo formalmente, la
lucha por lograr el bien deseado se inscribirá institucionalmente y dentro de
límites fijados por reglas “equitativas”.
SE TRATA DE LIMITAR LAS VÍAS PROPIAS
Lo que sucede es que en la idea misma de la
modernización, vista como un requerimiento insalvable de las dinámicas globales
emergentes, están implícitos los condicionamientos que, a la postre y dado el
caso de que un país en efecto se modernice, limitarán en gran medida la
adopción de vías propias, nacionales, sobre la base de la identidad nacional y
el interés general.
La educación, en ese orden de ideas, tendría que
sacrificar muchas de sus potencialidades para circunscribirse a un tipo
parcelado de formación humana; a la capacitación, la adquisición de habilidades
consustanciales a la producción industrial y, más aún, a la simple adecuación
del individuo a su entorno; en obvio, sin poner en cuestión el estatus y
reduciendo, a partir del previo convencimiento, si no es que cancelando, los
propósitos de cambio sustantivo en oposición a los esquemas imperantes.
Como en el modelo neoliberal todo queda a “las
fuerzas del libre mercado”, la educación misma empieza a verse como un servicio
susceptible de entrar al circuito del mercado, y no como un derecho individual
y social, tal y como aún se establece en la Constitución General de la
República Mexicana.
LA EDUCACIÓN COMO MERCANCÍA
Así las cosas, resulta natural que las instituciones
educativas privadas (que, dígase lo que se diga, en su enorme mayoría hacen
negocio y lucran con la prestación del servicio educativo) vayan ganando
espacios con el beneplácito de quienes, al interior del Estado, pugnan por la
privatización de la educación, toda vez que se trata, según su particular
visión, de un servicio que beneficia a sus destinatarios y éstos no son otros
que los propios estudiantes y sus familias, no la sociedad en su conjunto.
Es claro que las asimetrías entre estratos de la
población, la desigualdad de oportunidades de acceso al sistema educativo,
debieran enfrentarse con el mejoramiento de la calidad educativa, el aumento en
el gasto social destinado a educación y creando condiciones de base para que
los que menos tengan puedan remontar las asimetrías.
En la óptica del modelo neoliberal, y dadas las
nuevas condiciones que supone, esto no es así y, en el caso de la educación
superior, específicamente, y sus instancias de investigación, son las propias
instituciones quienes tendrán que proveerse de lo necesario, compitiendo por
recursos distintos a los oficiales, vendiendo servicios a la empresa privada y
comercializando diversos productos.
NO ES LO MISMO
ESCUELA QUE FÁBRICA
Es decir, la educación superior se asume como un
servicio y, como tal, debe responder a los parámetros de eficacia, calidad,
excelencia, rentabilidad y productividad en términos semejantes a cualquier
otro producto que estuviera compitiendo en la esfera del mercado interno o
externo.
Visto de manera gruesa, pareciera que hay bastante
razón en exigir tales características a la educación superior, estigmatizada de
suyo por largos años de tradición contestataria, al menos en las universidades
públicas, y su aparente divorcio con el sector productivo, in extenso. El problema mayor, para no detenernos en otras
implicaciones particulares, consiste en que la lógica de la producción
industrial, y la del mercado, en general, no puede ser extrapolada
mecánicamente al campo educativo.
Son asuntos muy distintos, con lógicas también
diferentes, etapas de maduración y, sobre todo, de sentido social y humano
diametralmente opuesto.
Además, no es posible entrar a la competencia, ya
sea interna o externa, por mercado y recursos, si antes no se han establecido
lo que llamamos “condiciones de base”, esto es, los mínimos necesarios para que
una instancia, en este caso educativa, se pueda poner a la par de sus
competidoras y entrar al juego de las oportunidades en condiciones más o menos
equitativas.
Estas cuestiones, lamentablemente, ni siquiera
aparecen en la agenda de discusión, si alguna hay, sobre la reforma educativa
en México.